Un vuelo por la vida

Disponible en:Medellín13 ene. 2017

 

 
Alejandro Arango, egresado de UPB posando en el helicoptero

Agencia de Noticias UPB - Medellín: El Dr. Alejandro decidió cambiar el bisturí y el consultorio por el cíclico, el colectivo y los pedales, elementos con los cuales comanda un helicóptero para cumplir su misión médica en zonas de difícil acceso. Su tripulación ha sido impactada, derribada y secuestrada en varias oportunidades, sin embargo, este egresado de la UPB sigue ejerciendo su profesión, fundamentada en el amor por el ser humano.

Luis Alejandro Arango Rivera es bachiller y médico cirujano de la Universidad Pontificia Bolivariana, especialista en Gerencia de Salud Ocupacional de la Universidad CES, médico aeroespacial y piloto. Hace más de 30 años trabaja en el Programa Aéreo de Salud de Antioquia – PAS-, y es uno de los certificadores aeromédicos de importantes empresas de aviación del país.

Alterna su vida entre la selva y la ciudad. En las mañanas se pone el uniforme y el casco que lo acreditan como el capitán del Bell 407 en el que viaja a salvar heridos, curar enfermos, recibir secuestrados o realizar investigaciones epidemiológicas;  en las tardes se pone la bata blanca y el estetoscopio para atender a los pacientes que llegan a su consultorio. Sus ratos libres los dedica a su familia, a estudiar o hacer deporte.

Cada vuelo representa un riesgo, pero siempre lo asume con el rigor y la disciplina que aprendió en su Universidad, gracias a las enseñanzas de sus maestros. “Cumplir con la misión fue lo que aprendí desde el bachillerato, pero la enjalma me la pusieron el padre Carlos Calderón, capellán de Medicina quien murió en África trabajando con comunidades, y José De Los Ríos, mi profesor de Salud Pública, quien siempre nos dijo que la ciudad era generosa y abundante en ayudas diagnósticas y especialidades, pero que el trabajo estaba en las zonas de difícil acceso”, cuenta el Dr. Arango.

Con una tranquilidad asombrosa frente a las situaciones vividas, cuenta que la tripulación que comanda ha sido impactada dos veces: en Anorí y en Urabá. Hubo una tercera oportunidad en la que el helicóptero fue impactado, esta vez el disparo lo recibió el rotor de la cola, lo cual provocó que la máquina se precipitara contra las copas de los árboles y cayera invertida en el piso de una zona selvática de Amalfi.

 

 
Alejandro Arango, egresado de UPB posando en el helicoptero

 

Como si fuera el actor principal de una película de acción, el médico-piloto cuenta el desenlace del derribo: “Inés, la auxiliar de enfermería, quedó por debajo del helicóptero, el otro piloto quedó inconsciente durante doce minutos...yo alcanzo a cortar las válvulas de combustible, las bombas y la batería, saco a las muchachas, buscamos a Inesita, sacamos un morral, organizamos el equipo de comunicaciones y arrancamos a caminar”. Y días después, sin pérdidas humanas, también arrancaron las operaciones de vuelo en un nuevo helicóptero que pintaron con el tricolor de la bandera, “inspirados en el espíritu nacionalista que supone que nadie es capaz de dispararle a su propia bandera”, según relata el Dr. Alejandro.

Tiene claro que su misión es atender a los enfermos y heridos sin distinción de condiciones y esa premisa lo metió en problemas, sin embargo, también fue una experiencia llena de aprendizajes que relata con mucha satisfacción: “Fui judicializado en cumplimiento de la misión médica, tuve una investigación penal muy triste, pero lo asumí con toda la entereza y aprendí a estar en medio de cuatro paredes, pero libre. Aprendí que en la cárcel se puede seguir trabajando en la cocina, en la carpintería, en la huerta, como médico…a mí no me alcanzaba el día”, asegura.

Su esposa y sus dos hijos sufren por su seguridad, pero tienen claro que su convicción de aportar a la construcción de un país más justo y equitativo es más fuerte que el temor de compartir sus días con la muerte. La selva, a la que conoce como la palma de su mano, le ha dado la oportunidad de aprender las mejores lecciones de su vida: “Como le digo a mis compañeros, nosotros generalmente entramos en la selva con hambre y regresamos en la tarde llenitos en el corazón, en el alma, porque hicimos una tarea que muy pocos en el país y en el mundo logran hacer: trabajar por los más necesitados, hacer presencia de estado y equidad social.  Si alguna vez vamos a morir, vamos a morir bien, vamos a morir felices, contentos, porque estamos haciendo y logrando lo que hemos definido como tarea de vida”.

Con una sonrisa en su rostro que denota la alegría del deber cumplido, se sienta y saca de su bolsillo una pequeña bolsa llena de recuerdos que lleva siempre muy cerquita a la “bomba”, como se refiere a su corazón: varias medallas, una pulsera, un pañuelo y otras cosas que guarda con especial afecto porque le recuerdan al padre Carlos Calderón, su mentor; a Karen, una joven de 16 años que dejó las filas de la guerrilla luego de ser atendida por el equipo médico del PAS, a las víctimas que no pudieron encontrar después de un desastre en Fredonia y a muchas personas que han pasado por su vida.

Siempre supo que quería servir y ayudar a los más necesitados, lo que tal vez nunca se imaginó era que iba a cambiar la bicicleta en la que llegaba a su campus para recibir clases, por un helicóptero medicalizado para llevar a cabo un trabajo que le ha permitido conocer otras culturas, entender la diferencia, afinar sus miedos y proteger la vida incondicionalmente.

Con la autoridad que le da la experiencia, concluye que indiscutiblemente “no todo en la vida es plata, hay cosas que llenan mucho más al ser humano. Construir edificios o carreteras, atender enfermos…la razón de ser de un profesional es servir y trabajar en lo nuestro, lo demás vendrá por añadidura”.

Por Alejandra Carmona - Agencia de Noticias UPB - Egresados

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