Agencia de Noticias UPB - Bucaramanga “¿Cómo le devolvemos al país que nos vio crecer todo lo que nos ha dado?”
La pregunta la hizo Martín Vargas, baterista de la banda Morat, frente a un auditorio lleno de estudiantes, profesores y soñadores. La planteó con sencillez, pero con la fuerza de quien entiende que la educación no es solo una responsabilidad institucional, sino un acto profundo de amor colectivo.
Así comenzó el conversatorio organizado por la Fundación Aprender a Quererte, una iniciativa social de Morat, en alianza con la Universidad Pontificia Bolivariana seccional Bucaramanga. Una jornada que unió música, arte, pedagogía, gestión social y compromiso con el país.
Una alianza nacida del arte y la convicción
El evento fue posible gracias a la gestión de una profesora UPB que lleva años trabajando con comunidades a través de metodologías sensibles como la biodanza, la narrativa corporal y la educación emocional. Su historia con la Fundación comenzó casi por casualidad, pero terminó articulando un proceso que duró más de mes y medio y culminó en un espacio transformador.
Ella, junto con su semillero de investigación, articuló apoyos institucionales, convocó aliados y lideró todos los aspectos logísticos del conversatorio: desde la confirmación de panelistas hasta la organización técnica del auditorio. Lo hizo con la convicción de que la universidad debe ser un puente entre el conocimiento y el territorio.
La educación como acto de amor
Durante el conversatorio se presentaron experiencias como el proyecto Pragan, en India, donde los niños son agrupados por su nivel de aprendizaje y no por su edad. Una propuesta que rompe con paradigmas rígidos y plantea preguntas urgentes para el contexto colombiano: ¿cómo enseñar en un país atravesado por desigualdades? ¿Cómo formar sin excluir?
La Fundación Aprender a Quererte trabaja precisamente desde ese lugar: entender las emociones, abrazar la diferencia y reconocer que la educación solo tiene sentido si está conectada con la realidad de los estudiantes. Y desde allí, integrar el arte —la danza, la música, el cuerpo— como lenguaje pedagógico.
Semilleros que construyen país
El semillero que lideró este proceso trabaja en cuatro líneas: educación emocional en zonas rurales y urbanas; empoderamiento de poblaciones vulnerables como adultos mayores y trabajadoras domésticas; narrativas corporales para la transformación social; y un proyecto psicosocial en La Cumbre, llamado Alma de Matachín.
Este último se articula con una red de artistas, docentes y gestores culturales, y demuestra cómo desde la universidad se pueden construir procesos sostenibles de impacto social. Durante el conversatorio, se compartieron también los avances de un proyecto en curso con un estudiante de la Universidad Católica de Bogotá sobre violencia infantil, en el marco del programa Delfín.
Un inicio, no un cierre
Más allá de las reflexiones, el evento selló el inicio de nuevas alianzas: con UNICEF Colombia, con la Fundación Ibrahim en Cúcuta, y con colectivos que creen en el poder de la educación para sanar, transformar y construir futuro. La lectura, el arte y la emoción serán los ejes de trabajo para el semestre que comienza.
"Este encuentro no fue un evento más. Fue un acto de fe en que sí es posible una educación más justa, más creativa y más humana. Y hacerlo desde una universidad, con jóvenes comprometidos, es quizás lo más esperanzador de todo" —dijo la docente organizadora al cierre del conversatorio.
Colombia se escribe leyendo, pero también bailando, cantando y soñando.
Laura Peña López - Agencia de Noticias UPB
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