Por: Pbro. Antonio Pitalúa Chávez. Transcurría el mes de enero del año 1994 y por decisión de Monseñor Darío Molina Jaramillo ingresé al Seminario Mayor San Carlos Borromeo de Cartagena. En el año 1997, otra decisión de Monseñor Molina me envía al Seminario Regional de la Costa Atlántica Juan XXIII en Barranquilla a continuar con mis estudios de Teología. ¿Qué vio el Obispo en un joven cordobés de 17 años de edad para iniciar un proceso de formación ministerial? ¿Qué determinaba estas decisiones?
Son preguntas que hoy con 16 años de vida sacerdotal y ante la partida de Monseñor Darío a la casa del Padre Celestial me las hago con cariño y gratitud.
A mi memoria viene la imagen de Obispo, padre y pastor ejemplar, con un profundo amor a la Iglesia, al sacerdocio, a Jesús Eucaristía y a la Santísima Virgen María. El amor a la Iglesia se constataba en la vivencia de la comunión y la obediencia que vivió de manera respetuosa, tanto en su labor pastoral como Obispo al frente de las jurisdicciones eclesiásticas y posteriormente como Obispo Emérito. Un Obispo que a primera impresión parecía de carácter férreo y tozudo, pero luego surgía la figura de un pastor con un talante profundamente humano y con convicción ministerial; es precisamente esa convicción la que muchos recuerdan a la hora de tomar decisiones con vehemencia, que más que reflejar la fortaleza de su carácter dejaban ver su amor a Cristo, a la Iglesia y la supremacía de los valores a los cuales nos debemos como consagrados.
Muchas obras y enseñanzas podríamos destacar de Monseñor Darío Molina, nació el 31 de agosto del año 1935, día de San Nonato Ramón, alguna vez comentó que su nombre de pila: Ramón Darío, guardaba relación con el día del Santo de su natalicio. Su labor evangelizadora al frente de Diócesis de Montería inició el 23 de marzo de 1984 y por casi 17 años ejerció su ministerio episcopal incansablemente.
Recuerdo sus visitas pastorales a todas las parroquias de la Diócesis, a sus zonas urbanas y rurales, donde con una sabiduría destacada impartía una teología profunda, adaptando su contenido al entender del público al cual se dirigía. De apreciar y valorar también el nivel de organización administrativa y pastoral alcanzado por la Diócesis de Montería, donde todavía hoy tiene vigencia el Sínodo Diocesano, que describe un horizonte evangelizador y asumen retos y desafíos pastorales que no pierden vigencia en la actualidad.
El documento conclusivo del Sínodo Diocesano es clave para entender el compromiso de la Iglesia con la realidad de nuestras comunidades. También podríamos mencionar como legado de Monseñor Molina la creación de muchas parroquias, la promoción de vocaciones sacerdotales propias que conllevó a la ordenación de presbíteros foráneos, el apoyo a la formación de sus sacerdotes, el fortalecimiento de las vicarías que ha permitido un trabajo articulado, cooperativo y fraterno.
Monseñor Darío Molina, conocedor de las necesidades y de las capacidades de los habitantes de la región, emprendió con ayuda de hombres y mujeres la tarea de traer una institución de educación superior con identidad católica y de calidad a nuestras tierras cordobesas. Es así que en el año de 1995 inicia la prestación del servicio educativo la Universidad Pontifica Bolivariana en Montería, fue el Obispo fundador y primer rector de esta institución que hoy continúa la misión de formar integralmente desde el humanismo Cristiano.
En sus últimos años pude acompañarlo de cerca cada vez que visitaba la UPB Montería, recuerdo frases donde reconocía la calidad humana y la nobleza de corazón de la gente de Córdoba, tal vez esa es la razón por la cual el libérrimo Espíritu de Dios suscitaba sus decisiones, decisiones que entre otras, hoy me permiten ser sacerdote.
De Monseñor Darío Molina se dirá con toda razón que fue un visionario, nadie pondrá en duda su testimonio de pastor y su dinamismo pastoral, pero en lo que a mi respecta puedo afirmar que valoró de manera decidida el talento cordobés, supo conocer, amar, orientar el redil encomendado, el corazón noble del pueblo sabanero donde prestó su voz para que el mensaje de Dios continué dando fruto.
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