Agencias de Noticias UPB - Medellín. Durante la jornada de la Escuela de Verano Saberes UPB 2025, El ingeniero en biotecnología y doctor en neurociencias chileno, Ismael Palacios, ofreció una conferencia llamada “El microbiota y la historia de la vida”, que conectó ciencia y cotidianidad a través de una idea central: la salud no empieza en el hospital, ni siquiera en la mente, sino en el intestino.
Palacios condujo al público por un recorrido que abarcó biología, evolución, neurociencia y hábitos diarios, con un objetivo claro: entender por qué “tu microbiota importa”.
Con un lenguaje claro, el expositor explicó que esta red microbiana, conocida como microbiota, cumple funciones clave que van mucho más allá de la digestión. Produce vitaminas, modula el sistema inmunológico, regula neurotransmisores como la serotonina y, lo más sorprendente, se relaciona con más de 270 enfermedades distintas, entre ellas trastornos neurológicos, dermatológicos, inmunológicos e incluso emocionales. Esta interdependencia entre sistemas es una de las claves del pensamiento científico que Palacios impulsa: entender que el cuerpo no está dividido por especialidades médicas, sino conectado por redes biológicas invisibles que deben cuidarse en conjunto.
En lugar de centrarse en la enfermedad, como tradicionalmente lo ha hecho la medicina, Palacios propuso pensar en términos de optimización de la salud. Y para eso, dijo que debemos comenzar por lo básico, por ejemplo, cómo nos alimentamos. Citando a The American Gut Project, uno de los estudios más grandes realizados sobre microbiota humana, explicó que el mejor predictor de una microbiota sana no es la cantidad de fibra ni el conteo de calorías, sino la diversidad de plantas consumidas semanalmente. “No se trata de comer más fibra, sino de comer más diverso”, afirmó.
La recomendación concreta: incluir al menos 30 tipos distintos de plantas a la semana, entre frutas, verduras, legumbres, semillas y cereales integrales. Esta diversidad alimentaria no solo enriquece el microbiota, sino que fortalece el sistema inmune, mejora la digestión, regula el ánimo y protege contra enfermedades inflamatorias.
Pero la salud intestinal no depende solo de lo que se come a diario. También se ve afectada por el entorno en el que se habita y las personas con las que se convive. Uno de los momentos más llamativos de la conferencia fue cuando el expositor relató un estudio en Finlandia, donde investigadores rociaron con microorganismos naturales extraídos del suelo de bosques los areneros de jardines infantiles. A las pocas semanas, sin que los niños o profesores supieran qué estaba ocurriendo, mejoraron los indicadores inmunológicos y dérmicos de los menores. Este experimento, demuestra que el contacto con la naturaleza es indispensable para enriquecer nuestra salud invisible.
Aún más sorprendente fue la evidencia presentada sobre cómo se comparte el microbiota entre personas que conviven. Estudios realizados en Inglaterra han demostrado que los individuos que viven juntos madres e hijos, parejas o compañeros de vivienda desarrollan similitudes en su microbiota, a tal punto que dos personas que comparten una casa llegan a tener hasta un 8% de microbiota común. La cifra puede parecer pequeña, pero es profundamente reveladora; a medida que se comparte tiempo, espacio y contacto físico, también se comparte biología. Ismael lo ilustró con una sonrisa, afirmando que “cuando una pareja duerme abrazada, hasta las bacterias de los pies empiezan a parecerse”.
Si las bacterias influyen en quienes nos rodean, entonces cuidarse no es solo un acto individual, sino una forma de cuidar a los demás. “Desde que soy papá, duermo todas las noches con mi hijo. Sé que lo que como y cómo vivo impacta directamente en su salud. Y eso me compromete aún más”, expresó. Así, la charla derivó hacia un mensaje colectivo: optimizar la salud individual también fortalece la salud comunitaria.
En el cierre de su intervención, Palacios invitó al público a mirar el futuro con una nueva perspectiva, una donde cuidar la salud no sea sinónimo de restringir o temer, sino de conectar. Encontrar una relación estable con la naturaleza, con los alimentos reales, con el cuerpo propio y con las personas que nos rodean.
El microbiota, en este sentido, se convierte no solo en una pieza olvidada de la salud humana, sino en una herramienta para reconectar con lo esencial.
Por: María Camila Serna Cardona - Agencia de Noticias UPB - Medellín.
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