Son muchos años de trabajo que acompañan esta publicación, no solo en términos de lo compilado, sino también, en el orden de los cinco años que llevan juntos en el semillero Aquenarre estos muchachos, que han tenido la paciencia de reconocerse y “soportarse”; esta iniciativa que, como es común en Aquenarre, ha tomado su tiempo para salir a la luz, nos ha permitido trasegar, como muchos de nosotros, en unas ciudades, unos mundos o unos terrenos que a simple vista parecen desconocidos, pero que nos conectamos con ellos a través de pequeños detalles o manías, en el Relieve de la Insignificancia (Lopera & Pabón, 2018). Este que nació como una reunión de individuos y solitarios, se convirtió en un semillero de investigación de la UPB en la línea de Lengua, cultura y literatura; allí se forman en investigación-creación, para no olvidar sus orígenes y trabajar hacia el futuro que les pertenece.
Particularmente, se hizo un esfuerzo grande por publicar este año, pues se cumplen cinco años de gran labor, paciencia y mucho dolor, de amigos que iniciaron, otros que se fueron, o los hicieron tomar la decisión de irse, y de otros que, bajo patafísicas circunstancias, permanecieron y acogieron a otros para dar continuidad a un grupo que se instituye una opción de investigación, trabajo y creación.
En esta compilación, concluimos un lugar en el que habitamos por más de dos años, cerramos un ciclo para abrir otro que mantenga latente lo que dentro del semillero Aquenarre se instauró como un estilo de vida, escribir. En la experiencia de trabajo que se compiló aquí, usted, lector y amigo, encontrará una interacción que busca concertar el sentido de la experiencia (Lopera & Pabón, 2018) y así mismo, mostrar en cada letra y en cada paso, lo significativo de la escritura y la posible respuesta; hay, en este libro, un sinnúmero de trabajos que muestran la importancia de las pequeñas cosas en la vida de cada autor; lo insignificante que una biblioteca puede ser para unos y cómo para otros es la vida misma, la posibilidad de atar almas, de restaurar las heridas del corazón con oro y plata, devolver a todos un poco de esperanza o drama.
Durante nuestro camino aprendimos a trabajar en grupo de una manera particular y especial: todos estos heterónimos nos dieron la posibilidad de explorarnos como individuos y de desarrollar una ética de la escritura que nos llevó a relacionarnos de mejor manera con nosotros mismos; eso que algunos llaman catarsis, otros, autoficción (Musitano, 2016), como algunos escritores contemporáneos que optan por contar sus azares, penas y alegrías creando mundos, lugares y situaciones que, más que ficción, son invención: “Nuestra verdad posible tiene que ser invención, es decir escritura, literatura, pintura, escultura, agricultura, piscicultura, todas las turas de este mundo” (Cortázar , 2017. Pág 399). Todo esto no significa nada si no existe el otro que nos pueda leer, escribir, responder, destruir o co-crear; así lo afirma la escritora Amélie Nothomb, en una entrevista para el País: “Necesitamos al otro, pero a la vez es nuestro peor enemigo” (Citado en Vicente, 2016).
Aquí, se ve el trasegar de almas creativas, que buscan recorrer un camino de maestros y guías, los libros que leyeron, las penas que vivieron y las alegrías que no han tenido, así pues, encontraron su nicho en este lugar, en ser otros o los mismos que a cada paso crean y dejan un rastro de migas para volver a casa, un lugar que no saben dónde está ubicado, pero que sueñan con que los libros abunden y las horas no pasen.
Por: Mg. Jean Paul Mejía. Coordinador del Semillero de Investigación Aquenarre
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