El escenario es casi apocalíptico: una atmósfera devastada, atiborrada de basura y otros elementos contaminantes consecuencia del nefasto paso de una civilización inconsciente. Sin embargo, ¡hay vida!, la expresión de toda una vitalidad plagada de emociones y sentimientos de un pequeño robot compactador de basura. En unas primeras escenas, el director y su equipo de creativos, a manera de documental, ponen la lupa sobre un ejemplar de su especie. De todo un batallón de máquinas creadas para limpiar la atmósfera, sobresale uno con algo que lo diferencia de los demás: conciencia.
Sin necesidad de emplear muchos diálogos la película al comienzo nos devuelve un poco al origen del cine, aquel, en el que las imágenes con planos amplios, acompañados de una banda sonora, el movimiento sincronizado, los gestos del robot y una cucaracha amiga, nos ofrecen diversión y ante todo reflexión.
El panorama de rascacielos de basura entre una asfixiante bruma es simplemente desolador. Más allá de ser otra película encantadora y exitosa de Pixar, la película WALL-E es una reflexión a la sostenibilidad en nuestro planeta, e incluso con el universo mismo.
Detrás de los lentes del robot compactador hay un personaje con las características de un hombre de ciencia: curiosidad insaciable, un observador detallista, perseverante, capaz de hacer experimentos empleando lógicas tanto deductivas como inductivas, sensible con su entorno, entre otras.
Wall-E es un ser con alma, responsable con sus actividades y comprometido con su misión: ordenar el caos que ha dejado la humanidad a su paso por la tierra y que busca darle utilidad a los objetos abandonados en un genuino acto de reparar, reciclar y reusar.
Todo un personaje que nos pone de manifiesto que para preservar la vida y los recursos necesarios para mantenerla en el futuro, es necesario el balance entre los valores humanos y las complejas tecnologías que ellos mismos desarrollan.
Este complejo postulado se extiende en varios de los objetivos del desarrollo sostenible, aprobados por Naciones Unidas, de los cuales quisiera mencionar sólo tres:
La invitación a pensar acerca del mundo sostenible no termina allí; el conflicto que se crea a partir del "rapto" de EVE, hace que salga de Wall-E un héroe (más bien torpe) y la película nos pone en otro escenario donde prima la comodidad y lo correcto.
El orden que imponen los sistemas automatizados (robots, iluminaciones, secuencias medidas y específicas para cada tipo de función) es un orden en el que él simplemente no cabe, porque es diferente a semejante mundo: él es mugroso, anárquico, rebelde y hasta torpe, pero razona. Nuevamente nos demuestra que, él como cualquier humano, se guía por sus emociones y sus sentimientos, y en medio de sus actos desajustados actúa inapropiadamente para ese entorno.
La película me lleva a las preguntas:
¿será que es correcto ese modelo en el que solo caben los iguales?, ¿cómo convivir con las diferencias?
Sin embargo, cuadros más adelante, algunas respuestas a mis preguntas comienzan a aparecer; para comprender que el caos y el cosmos se necesitan mutuamente y dialogan en armonía, mediados por el bálsamo del amor. Ese mismo bálsamo que logra romper cualquier esquema ordenado para diseñar nuevos ecosistemas sostenibles, en el que podemos caber, a partir del aporte y el compromiso de todos.
No quisiera terminar sin dejar un par de aspectos técnicos curiosos:
Prefiero describirme como un aprendiz, fanático de muchas cosas, de las que resalto para este ejercicio: el cine, la fotografía, la música, el diseño, la ciencia (incluyendo la de no ficción) y la historia. Encontré en la Ingeniería Mecánica una forma de comprender el mundo, agradable para mis limitaciones de razonamiento. Soy también Doctor en Ingeniería y Profesor Titular de la Facultad de Ingeniería Mecánica de la UPB.
Nota aclaratoria
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