El sacerdote que recorre las calles en bicicleta

Disponible en:Medellín16 jun. 2017

 

 
Padre Julián sentado en su escritorio escribiendo

 

Agencia de Noticias UPB - Medellín. El Pbro. Julián Gómez es el Director de Pastoral Social y aunque en su infancia no fue muy cercano a la iglesia, se enamoró de una vocación que hoy le permite servirle a la sociedad. En su bicicleta recorre las calles del centro y su agenda siempre tiene un lugar especial para alimentar, escuchar y formar a los habitantes de calle, con quienes comparte su vida desde que tenía siete años.

Vivía en Envigado, pero sus padres decidieron que Julián Darío Gómez Mejía, igual que su papá y sus hermanos, debía estudiar en el Colegio de la UPB, una institución “con buena formación humana y con buena proyección profesional”, como se lo decían sus familiares. Y no se equivocaron, pues según el padre, su familia y el Colegio le enseñaron a ser honrado, justo, trabajador y sincero.

Con el paso del tiempo, la vida del sacerdote Eugenio Villegas Giraldo, también egresado de la UPB, lo inspiró a optar por una vocación que en sus primeros años no tenía planeada, porque no era muy cercano a la iglesia. “El trabajo social que el padre Eugenio hacía en la parroquia San Marcos (ubicada en Envigado) me llamaba mucho la atención, entonces me fui vinculando con la parroquia, fue creciendo mi inquietud vocacional y vi que desde la iglesia podía prestar un servicio muy interesante a la humanidad”, cuenta el padre Julián.

Posteriormente, inició su formación como Teólogo en la Universidad Pontificia Bolivariana, donde encontró una academia que se proyecta a diferentes sectores de la sociedad.

Me llama la atención cómo la UPB está haciendo un nuevo planteamiento en la Teología, proponiendo su estudio desde el diario vivir, desde la realidad del ser humano, desde el entorno y construida desde lo local”, afirma el sacerdote.
 
Padre Julián sentado dándole la bendición a una persona.
Actualmente es el director de Pastoral Social de la Arquidiócesis de Medellín, una entidad que lidera “procesos que procuren una mejor calidad de vida de las poblaciones más vulnerables de la sociedad”, enfrentando los retos de la nueva evangelización y del mundo moderno. Y aunque este cargo le permite gestionar institucionalmente procesos en función de los más necesitados, el escritorio de su oficina no es el límite para disfrutar de una labor, que para él es una opción de vida.

 

Como si fuera muy común lo que hace, el párroco que les alegra los días a los habitantes de “Barrio triste”, el sector donde está ubicada la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, cuenta con desparpajo cómo organiza sus días: “En la mañana estoy en la oficina de Pastoral Social, en las tardes visito los barrios y por la tardecita, después de las 6:00 p.m., me reúno con varios habitantes de calle, les arreglo sánduches, jugo, arroz, frijoles, lo que tenga…me siento en la puerta a charlar con ellos; más o menos a las 9:30 p.m., salgo en la bicicleta y me voy a dar una vuelta por Carabobo, por Pichincha y por Junín, los saludo, les doy la mano y miro en qué están”.

Bien dice el adagio popular, “lo que se hereda, no se hurta”. Todos los miércoles el padre y don Jairo, su papá, preparan el desayuno para más de veinte adultos mayores; al medio día los invitados a almorzar son sesenta o setenta vendedores ambulantes y mujeres que ejercen la prostitución, quienes además participan de diferentes talleres; y en la noche, alrededor de treinta habitantes de calle, ancianos o con limitaciones físicas, reciben alimentos y cuidados para el cuerpo y el alma.

“Definitivamente el hombre es feliz con eso, a él le encanta”, dice entre risas el padre Julián y con su rostro lleno de satisfacción, mientras se refiere a su padre, ese hombre que le enseñó la caridad, un principio espiritual que, según su experiencia, permite sentir en carne propia las necesidades del otro. “Recuerdo como si fuera ayer, cuando tenía seis o siete años, mi papá nos sacaba una vez al mes al sector de la Iglesia del Perpetuo Socorro, para compartir con los habitantes de calle una arepa grande, una carne grande muy rica y un chocolate”, relata el sacerdote, quien desde entonces no ha dejado de ser un buen samaritano.

Su tarea no es sencilla, sin embargo, asume el desafío que le propuso la Arquidiócesis con la tranquilidad de quien ejerce una labor que le apasiona: “Para poder decir que amamos a Dios hay que amar al prójimo, es el primer eslabón. Lo social nos permite ser muy cercanos al otro, no sólo al cristiano, al que me encuentro en la Iglesia, sino a todos los seres humanos, entonces por eso me gusta mucho la evangelización de lo social y me parece que es un potencial muy grande para la humanidad”, comenta.

Se siente muy orgullo de pertenecer a la Familia UPB, donde le enseñaron el Espíritu Bolivariano y le brindaron una formación académica y humana. Y está seguro de que “Uno de los grandes logros de la Universidad es formar seres humanos que puedan servir a las comunidades para construir un mundo mejor”.

Por: Alejandra Carmona Sierra. Agencia de Noticias UPB – Egresados

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